28 de junio de 2007

Mi nombre, (casi) lo único que tengo

Sobre "El Otro" de Ariel Rotter (Argentina, 2007)


Por Sebastián Russo

Ser otro. Afán, búsqueda liberadora, vital. La vida contemporánea parece acotar la transfiguración de espacios, momentos prestablecidos. La película de Ariel Rotter habilita pensar tal búsqueda (entendida vital, liberadora) a través de un simple movimiento, de un leve corrimiento del hacer cotidiano, del deber hacer cotidiano.

El personaje que protagoniza Julio Chávez (cincuentón, a punto de tener un hijo, con su padre semi inválido) no toma el ómnibus que debe tomar. Ese solo gesto, impulsa la película de Rotter. Una actitud, a priori incomprensible, no meditada (ninguna razón evidente lo arrastra a tomar tal decisión), y todo cambia. Después vendrán las mentiras sistemáticas sobre su identidad, que más que mentiras son leves agrietamientos en un quehacer cotidiano: decir el propio nombre. Pero el camino hacia lo otro, hacia los inquietantes pasadizos que esos otros que afloran en uno comienzan a iluminar, ya quedó abierto.


Una ruta oscura, vacía, vaciada de sentido, lo sumerge en el desasosiego de lo siniestro. Por primera vez descubre la inestabilidad (emocional, psíquica) que la apertura a lo inesperado provoca. Aventurarse, correrse de la norma cotidiana, tiene sus riesgos. Chávez, su silencio, su impasible gesto, su cuerpo imponente/impotente, se ve desbordado. Una oscuridad que fluye desde la misma zona nodular que la pulsión por corroer estado de cosas petrificados, cosificados (lo normal), lo excede, lo aturde.

El tiempo suspendido, un pensamiento otro, una elección otra. Leves movimientos mentales, luego recién corporales, configurando un micromundo de desplazamientos impetuosos, imprevisibles. El Otro posibilita (incita a) visitar oscuridades, irradiaciones vitales de eso otro, que inescapablemente nos convoca, insistente.

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